Vida estética, ética y religiosa en kierkegaard
Teoría del hombre 6º Semestre 8- Abril - 05
Lic. Miguel Ángel Pérez Álvarez
Alumna: Cristina M. Gómez Rosales
Vida estética, ética y religiosa en kierkegaard
Fundamentalmente, Kierkegaard sugiere que hay dos modos de vivir, el estético y el ético y cada individuo tiene la oportunidad de elegir entre los dos. Aquí están las semillas del existencialismo. Al hacer su elección, el individuo debe aceptar toda la responsabilidad de su acción, que caracterizará su existencia de la manera más fundamental.
Los individuos que eligen el camino estético viven para sí mismos y para su placer, lo cual no significa necesariamente que tengan una actitud vulgar ante la vida.
A un nivel básico, el individuo que vive la vida estética no tiene control de su existencia. Vive para el instante, impulsado por el placer, y su vida puede ser contradictoria, por falta de estabilidad y certeza. A un nivel más calculador, la vida estética permanece en lo experimental. Perseguimos un cierto placer sólo mientras nos atrae. La insuficiencia del punto de vista estético es esencial, porque descansa en el mundo exterior. Lo espera todo de fuera, y es, por tanto, pasivo y falto de libertad. Se apoya en cosas que, en última instancia, están fuera de su control o de su voluntad, tales como el poder, la posesión o incluso la amistad. Es contingente, depende de lo accidental. No hay nada de necesario en él.
Si comprendemos esto, veremos la insuficiencia de la existencia estética. El individuo que vive la vida estética se percata, al reflexionar sobre su existencia, que carece de toda certeza o significado, y este descubrimiento conduce frecuentemente a la desesperación. Puede reprimir, o no hacer caso de esta desesperación, o puede incluso olvidarse de ella y vivir una respetable vida burguesa. En otros casos puede llegar a creer que esta desesperación es el significado de su vida y se contentará perversamente con que al menos esto es cierto y es algo de lo que no puede ser despojado; está destinado por naturaleza a su estado, enorgullecerse así de su heroica desesperación y alcanzar un nivel de comprensión apacible. Pero Kierkegaard encuentra enseguida el defecto de este fatalismo seductor y es que, al aceptarlo, renunciamos a algo vital, algo central en la noción misma de nuestra existencia. Renunciamos hasta a la posibilidad de la libertad. Al aceptar que estamos destinados renunciamos a la responsabilidad por nuestro destino individual.
El camino de salida de la condición estética pasa por el desnudarse de todas las capas de autoengaño. Kierkegaard era experto en detectar los subterfugios del autoengaño, su solución es radical. La única respuesta posible consiste en tomar posesión de la existencia y aceptar la responsabilidad. Más que el mensaje cristiano, éste había de ser el aporte de Kierkegaard que tendría mayor influencia; se haría cada vez más importante en el siglo posterior a su muerte, en la medida en que el individuo iba perdiendo su fe en Dios, veía el núcleo de su existencia amenazado por la psicología determinista, se hundía en la cultura de masas, era negado por los totalitarismos o se encontraba perdido en medio de las complejidades de la ciencia. Parecía que la única alternativa a la desesperación era la creación de uno mismo por una elección consciente. En palabras de Kierkegaard, la única salida del abismo era querer profunda y sinceramente.
La alternativa a la vida estética, o sea, la vida ética. Aquí, la subjetividad es lo absoluto y la tarea primordial es elegirse uno mismo. El individuo que vive la vida ética se crea a si mismo por su elección, de modo que la autocreación es el objeto de la existencia. Mientras que el individuo estético se acepta a sí mismo como es, el individuo ético trata de conocerse a sí mismo y modificarse por su propia elección. Le servirá de guía su autoconocimiento y su disposición a no aceptar simplemente lo que descubre sino tratar de mejorarlo.
La diferencia categorial entre lo estético y lo ético: lo primero se ocupa del mundo exterior, lo segundo del interior. El individuo ético trata de conocerse a si mismo y de hacerse mejor, su fin es llegar a ser un yo ideal. Lo que sí está claro es que el individuo ético no es ya contingente, inconsistente, inconsistente o accidental, sino que expresa lo universal en su vida y entra así en el reino de las categorías fundamentales del bien y el mal, el deber, etc. La distinción que hace Kierkegaard de lo estético y lo ético está bastante clara. Uno es exterior, contingente, inconsistente y lleva a la disipación; el otro es interior, necesario, consistente y autocreador. Resulta convincente, salvo por un defecto. No podemos vivir una vida exclusivamente ética; siempre habrá un elemento exterior y accidental en nuestra vida. Aún cuando hayamos elegido lo ético, permanecerá necesariamente una parte de lo estético.
Esta situación insatisfactoria de lo ético produce, por un proceso dialéctico, un tercer punto de vista que es la síntesis de los dos opuestos anteriores: lo estético y lo ético. A esto lo llama Kierkegaard lo religioso y se ocupa de ello en su siguiente obra, Temor y temblor, escrita bajo el seudónimo de Johannes de Silentio.
Kierkegaard examina en esta obra la noción de fe y la caracteriza como el acto subjetivo último. Es irracional, un salto fuera de toda posible justificación. No tiene nada que ver con la ética o la buena conducta. La vida ética, con sus ideas de autocreación y elección responsable, es incapaz de producir el salto de la fe. Esta irracionalidad más elevada está más allá de lo ético, al requerir éste una conducta racional. La fe relaciona al individuo con algo más alto, que es en sí mismo la esencia de todo lo ético. Según Kierkegaard, la vida ética se ocupa de la religión sólo en el sentido social, pero para acceder al estado religioso es preciso una suspensión teleológica de lo ético. En otras palabras, es necesario poner en suspenso las normas éticas para poder trascenderlas y cumplir un propósito más profundo.
Kierkegaard nos dice que se puede ver lo religioso como una síntesis dialéctica de lo estético y lo ético. Incluye tanto la vida exterior como la interior, certeza e incertidumbre (puesto que el salto de la fe se encuentra más allá de toda certeza).
Kierkegaard ilustra el estado religioso por medio de la historia bíblica de Abraham e Isaac. Dios ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac para probar su fe. Un acto así sólo puede ser visto como éticamente erróneo, pero la fe verdadera (la propia del estado religioso) envuelve un propósito divino que reemplaza todo requisito meramente ético.
Abraham se dispone a seguir el mandato de Dios, dejando de lado todo escrúpulo y vive así en el nivel religioso, más elevado que el ético, porque deposita su fe en la divinidad de la que se origina lo ético.
Muchos verán en esta actitud una locura peligrosa. Los fanáticos religiosos se han comportado de esta manera a lo largo de la historia. Führers y tiranos han obedecido dictados psicológicos similares. La psicología es la clave de este problema y la única defensa de Kierkegaard es que él se ocupa de un diálogo del alma y no de un acto público. Si se mira a Abraham e Isaac como partes distintas de una misma persona, todo aparece no sólo más claro sino plausible. El sacrificio es necesario, si queremos conseguir algo. Este sacrificio suele ser irracional y puede entrar en conflicto con nuestras nociones previas de lo que es correcto y lo que no lo es. A menudo descubrimos subjetivamente nuestro propósito en la vida por medio de un salto irracional de fe que no tiene nada que ver con lo ético. Kierkegaard relaciona esto con lo religioso pero es también la manera como todo el mundo da propósito a su vida, creyendo en sí mismo para lo que sea, desde ser artista hasta futuro primer ministro o consumado comediante. Como dice Kierkegaard, Una vida de poeta comienza en conflicto con toda la existencia.
Bibliografía:
-Strathern, Paul. Kierkegaard Filósofos en 90 minutos Siglo Veintiuno de España Editores.
Lic. Miguel Ángel Pérez Álvarez
Alumna: Cristina M. Gómez Rosales
Vida estética, ética y religiosa en kierkegaard
Fundamentalmente, Kierkegaard sugiere que hay dos modos de vivir, el estético y el ético y cada individuo tiene la oportunidad de elegir entre los dos. Aquí están las semillas del existencialismo. Al hacer su elección, el individuo debe aceptar toda la responsabilidad de su acción, que caracterizará su existencia de la manera más fundamental.
Los individuos que eligen el camino estético viven para sí mismos y para su placer, lo cual no significa necesariamente que tengan una actitud vulgar ante la vida.
A un nivel básico, el individuo que vive la vida estética no tiene control de su existencia. Vive para el instante, impulsado por el placer, y su vida puede ser contradictoria, por falta de estabilidad y certeza. A un nivel más calculador, la vida estética permanece en lo experimental. Perseguimos un cierto placer sólo mientras nos atrae. La insuficiencia del punto de vista estético es esencial, porque descansa en el mundo exterior. Lo espera todo de fuera, y es, por tanto, pasivo y falto de libertad. Se apoya en cosas que, en última instancia, están fuera de su control o de su voluntad, tales como el poder, la posesión o incluso la amistad. Es contingente, depende de lo accidental. No hay nada de necesario en él.
Si comprendemos esto, veremos la insuficiencia de la existencia estética. El individuo que vive la vida estética se percata, al reflexionar sobre su existencia, que carece de toda certeza o significado, y este descubrimiento conduce frecuentemente a la desesperación. Puede reprimir, o no hacer caso de esta desesperación, o puede incluso olvidarse de ella y vivir una respetable vida burguesa. En otros casos puede llegar a creer que esta desesperación es el significado de su vida y se contentará perversamente con que al menos esto es cierto y es algo de lo que no puede ser despojado; está destinado por naturaleza a su estado, enorgullecerse así de su heroica desesperación y alcanzar un nivel de comprensión apacible. Pero Kierkegaard encuentra enseguida el defecto de este fatalismo seductor y es que, al aceptarlo, renunciamos a algo vital, algo central en la noción misma de nuestra existencia. Renunciamos hasta a la posibilidad de la libertad. Al aceptar que estamos destinados renunciamos a la responsabilidad por nuestro destino individual.
El camino de salida de la condición estética pasa por el desnudarse de todas las capas de autoengaño. Kierkegaard era experto en detectar los subterfugios del autoengaño, su solución es radical. La única respuesta posible consiste en tomar posesión de la existencia y aceptar la responsabilidad. Más que el mensaje cristiano, éste había de ser el aporte de Kierkegaard que tendría mayor influencia; se haría cada vez más importante en el siglo posterior a su muerte, en la medida en que el individuo iba perdiendo su fe en Dios, veía el núcleo de su existencia amenazado por la psicología determinista, se hundía en la cultura de masas, era negado por los totalitarismos o se encontraba perdido en medio de las complejidades de la ciencia. Parecía que la única alternativa a la desesperación era la creación de uno mismo por una elección consciente. En palabras de Kierkegaard, la única salida del abismo era querer profunda y sinceramente.
La alternativa a la vida estética, o sea, la vida ética. Aquí, la subjetividad es lo absoluto y la tarea primordial es elegirse uno mismo. El individuo que vive la vida ética se crea a si mismo por su elección, de modo que la autocreación es el objeto de la existencia. Mientras que el individuo estético se acepta a sí mismo como es, el individuo ético trata de conocerse a sí mismo y modificarse por su propia elección. Le servirá de guía su autoconocimiento y su disposición a no aceptar simplemente lo que descubre sino tratar de mejorarlo.
La diferencia categorial entre lo estético y lo ético: lo primero se ocupa del mundo exterior, lo segundo del interior. El individuo ético trata de conocerse a si mismo y de hacerse mejor, su fin es llegar a ser un yo ideal. Lo que sí está claro es que el individuo ético no es ya contingente, inconsistente, inconsistente o accidental, sino que expresa lo universal en su vida y entra así en el reino de las categorías fundamentales del bien y el mal, el deber, etc. La distinción que hace Kierkegaard de lo estético y lo ético está bastante clara. Uno es exterior, contingente, inconsistente y lleva a la disipación; el otro es interior, necesario, consistente y autocreador. Resulta convincente, salvo por un defecto. No podemos vivir una vida exclusivamente ética; siempre habrá un elemento exterior y accidental en nuestra vida. Aún cuando hayamos elegido lo ético, permanecerá necesariamente una parte de lo estético.
Esta situación insatisfactoria de lo ético produce, por un proceso dialéctico, un tercer punto de vista que es la síntesis de los dos opuestos anteriores: lo estético y lo ético. A esto lo llama Kierkegaard lo religioso y se ocupa de ello en su siguiente obra, Temor y temblor, escrita bajo el seudónimo de Johannes de Silentio.
Kierkegaard examina en esta obra la noción de fe y la caracteriza como el acto subjetivo último. Es irracional, un salto fuera de toda posible justificación. No tiene nada que ver con la ética o la buena conducta. La vida ética, con sus ideas de autocreación y elección responsable, es incapaz de producir el salto de la fe. Esta irracionalidad más elevada está más allá de lo ético, al requerir éste una conducta racional. La fe relaciona al individuo con algo más alto, que es en sí mismo la esencia de todo lo ético. Según Kierkegaard, la vida ética se ocupa de la religión sólo en el sentido social, pero para acceder al estado religioso es preciso una suspensión teleológica de lo ético. En otras palabras, es necesario poner en suspenso las normas éticas para poder trascenderlas y cumplir un propósito más profundo.
Kierkegaard nos dice que se puede ver lo religioso como una síntesis dialéctica de lo estético y lo ético. Incluye tanto la vida exterior como la interior, certeza e incertidumbre (puesto que el salto de la fe se encuentra más allá de toda certeza).
Kierkegaard ilustra el estado religioso por medio de la historia bíblica de Abraham e Isaac. Dios ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac para probar su fe. Un acto así sólo puede ser visto como éticamente erróneo, pero la fe verdadera (la propia del estado religioso) envuelve un propósito divino que reemplaza todo requisito meramente ético.
Abraham se dispone a seguir el mandato de Dios, dejando de lado todo escrúpulo y vive así en el nivel religioso, más elevado que el ético, porque deposita su fe en la divinidad de la que se origina lo ético.
Muchos verán en esta actitud una locura peligrosa. Los fanáticos religiosos se han comportado de esta manera a lo largo de la historia. Führers y tiranos han obedecido dictados psicológicos similares. La psicología es la clave de este problema y la única defensa de Kierkegaard es que él se ocupa de un diálogo del alma y no de un acto público. Si se mira a Abraham e Isaac como partes distintas de una misma persona, todo aparece no sólo más claro sino plausible. El sacrificio es necesario, si queremos conseguir algo. Este sacrificio suele ser irracional y puede entrar en conflicto con nuestras nociones previas de lo que es correcto y lo que no lo es. A menudo descubrimos subjetivamente nuestro propósito en la vida por medio de un salto irracional de fe que no tiene nada que ver con lo ético. Kierkegaard relaciona esto con lo religioso pero es también la manera como todo el mundo da propósito a su vida, creyendo en sí mismo para lo que sea, desde ser artista hasta futuro primer ministro o consumado comediante. Como dice Kierkegaard, Una vida de poeta comienza en conflicto con toda la existencia.
Bibliografía:
-Strathern, Paul. Kierkegaard Filósofos en 90 minutos Siglo Veintiuno de España Editores.
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