KIERKEGAARD
ELISA MARTINEZ ROJAS.
TEORIAS DEL HOMBRE
PÉREZ ÁLVAREZ MIGUEL ÁNGEL
Universidad del Claustro DE sor Juana
KIERKEGAARD
Sören Kierkegaard nació en 1813 en Dinamarca. Reaccionó contra la falta de entusiasmo dentro de la Iglesia. Buscó incluir en su propia filosofía su propia existencia, ya que no quería encontrar las verdades importantes, sólo quería encontrar las verdades importantes para el individuo, las verdades personales que son las que realmente trascienden en la existencia del individuo. A estas solamente se puede llegar mediante la fe.
Según Kierkegaard existen tres actitudes vitales:
· La fase estética: quien vive en esa fase, vive el momento. Busca placeres y belleza.
· La fase ética: se caracteriza por la seriedad y una vida según las leyes morales. Se une a Kant y valora la disposición mental de la persona frente a la moral.
· La fase religiosa: elige la fe ante el placer y los deberes de la razón para hallar la conciliación. Para Kierkegaard esta fase era el cristianismo.
Opinaba que en cualquiera de las dos primeras fases el hombre termina por cansarse y que dependiendo como brote de su interior, el hombre debe elegir saltar de una fase a otra y cambiar de actitud ante la vida hasta que consiga estar feliz. En lo personal, para Kierkegaard sólo la fase religiosa conlleva a la armonía total.
El esteta se caracteriza porque tiene experiencia en los goces, carece de transparencia, vive en el instante y porque su espíritu no está determinado como espíritu. Gozar la vida es la concepción más amplia del hombre estético, y lo que varía es la forma de gozarla. El deseo se constituye como una de las formas más amplias por las que el hombre se deja arrastrar. El ejemplo de Nerón ilustra el caso y nos enseña que el poder no hace feliz al hombre; trae consigo melancolía y desesperación.
El ético posee soberanía sobre sí mismo, se siente seguro y es responsable. Es un hombre que, al verse frente a las posibilidades de la vida, las mira como tarea, es decir, como finalidad; no espera nada del exterior, se basta a sí mismo pues se ha elegido. Este hombre no se descorazona ante las circunstancias externas, ya que no abandona la soberanía de sí mismo; los actos de su vida son consecuentes en su pensar y en su hacer; su felicidad no radica en hechos exteriores, en el deseo, más bien en la elección, en el querer ser feliz.
Para el que vive éticamente tiene valor lo que se vive en cualquier circunstancia y la energía con la cual se la vive, no le son necesarios únicamente grandes acontecimientos para formarse. La descripción de esta concepción de vida nos permite comprender que la ética permite que el hombre devenga en lo que deviene y, por esta causa, no hace del hombre algo diferente de sí mismo. Por estas razones lo ético no destruye lo estético, más bien lo transfigura; esto significa que no existe una superación definitiva de lo estético por lo ético ya que se encuentra latente en la vida de los hombres.
La personalidad ética es entonces la que toma conciencia de sí misma; su tarea es lo concreto, no lo abstracto; ve como finalidad de su vida el cumplimiento de deberes, los cuales no son como los ve el vulgo: relación con algo externo, consignas a seguir o proposiciones particulares impuestas por la sociedad. Al contrario, los deberes apelan a la naturaleza interna, a lo más íntimo del hombre ético, y se viven con gran intensidad.
La ética es lo general y quedará expresada en la vida del hombre ético. Impotente para producir desesperación, o bien otra cosa, la ética en su abstracción ordena, busca la continuidad, no la diversidad, y lo contingente e indiferente no le importan. El hombre ético toma como tarea el no desesperar, el resistir. Mantiene lo infinito que hay en él, además de no permitir el engaño: El que se elige a sí mismo éticamente se posee a sí mismo como tarea, no como posibilidad, no como juguete para su capricho.
Si el fin de la religión cristiana es dar a cada hombre la promesa de la eterna beatitud, observará Kierkegaard con gran hondura, tal promesa es de un interés infinito, y el único modo de acoger esta promesa es experimentar por ella una pasión infinita, sentir una apasionada e inquebrantable voluntad por alcanzar esta beatitud. Una respuesta a medias, una postura mediocre, sería desproporcionada para tal fin eterno, una actitud tibia, no sería un querer aquel fin infinito, ni sería en absoluto un querer, pues el auténtico querer es infinito.
Pero aunque el fin sea el mismo para muchos hombres, no hay una solución general para la salvación eterna como fin, justo al contrario, es algo que sólo incumbe a cada sujeto en particular y deberá ser resuelta un infinito número de veces por cada uno, en el transcurrir de la historia.
El conocimiento ético-religioso es el único real en cuanto se refiere directamente al sujeto cognoscente que existe, pues la verdad es idéntica a la existencia y la existencia idéntica a la verdad. Lo que hace que sea subjetiva, y, por tanto verdadera, la existencia ético-religioso, es su apropiación real por parte del individuo. Pero no será verdadera, por el hecho de que incremente y amplíe nuestros conocimientos de estos objetos y contenidos ético-religiosos. Si un teólogo habla o escribe cosas acerca de Dios, podrá desarrollar sus discursos de modo indefinido sin por ello acercarse a un conocimiento real de Dios. El conocimiento de Dios sólo surge en el momento en que la existencia del sujeto, entra en relación vivencial con Dios.
TEORIAS DEL HOMBRE
PÉREZ ÁLVAREZ MIGUEL ÁNGEL
Universidad del Claustro DE sor Juana
KIERKEGAARD
Sören Kierkegaard nació en 1813 en Dinamarca. Reaccionó contra la falta de entusiasmo dentro de la Iglesia. Buscó incluir en su propia filosofía su propia existencia, ya que no quería encontrar las verdades importantes, sólo quería encontrar las verdades importantes para el individuo, las verdades personales que son las que realmente trascienden en la existencia del individuo. A estas solamente se puede llegar mediante la fe.
Según Kierkegaard existen tres actitudes vitales:
· La fase estética: quien vive en esa fase, vive el momento. Busca placeres y belleza.
· La fase ética: se caracteriza por la seriedad y una vida según las leyes morales. Se une a Kant y valora la disposición mental de la persona frente a la moral.
· La fase religiosa: elige la fe ante el placer y los deberes de la razón para hallar la conciliación. Para Kierkegaard esta fase era el cristianismo.
Opinaba que en cualquiera de las dos primeras fases el hombre termina por cansarse y que dependiendo como brote de su interior, el hombre debe elegir saltar de una fase a otra y cambiar de actitud ante la vida hasta que consiga estar feliz. En lo personal, para Kierkegaard sólo la fase religiosa conlleva a la armonía total.
El esteta se caracteriza porque tiene experiencia en los goces, carece de transparencia, vive en el instante y porque su espíritu no está determinado como espíritu. Gozar la vida es la concepción más amplia del hombre estético, y lo que varía es la forma de gozarla. El deseo se constituye como una de las formas más amplias por las que el hombre se deja arrastrar. El ejemplo de Nerón ilustra el caso y nos enseña que el poder no hace feliz al hombre; trae consigo melancolía y desesperación.
El ético posee soberanía sobre sí mismo, se siente seguro y es responsable. Es un hombre que, al verse frente a las posibilidades de la vida, las mira como tarea, es decir, como finalidad; no espera nada del exterior, se basta a sí mismo pues se ha elegido. Este hombre no se descorazona ante las circunstancias externas, ya que no abandona la soberanía de sí mismo; los actos de su vida son consecuentes en su pensar y en su hacer; su felicidad no radica en hechos exteriores, en el deseo, más bien en la elección, en el querer ser feliz.
Para el que vive éticamente tiene valor lo que se vive en cualquier circunstancia y la energía con la cual se la vive, no le son necesarios únicamente grandes acontecimientos para formarse. La descripción de esta concepción de vida nos permite comprender que la ética permite que el hombre devenga en lo que deviene y, por esta causa, no hace del hombre algo diferente de sí mismo. Por estas razones lo ético no destruye lo estético, más bien lo transfigura; esto significa que no existe una superación definitiva de lo estético por lo ético ya que se encuentra latente en la vida de los hombres.
La personalidad ética es entonces la que toma conciencia de sí misma; su tarea es lo concreto, no lo abstracto; ve como finalidad de su vida el cumplimiento de deberes, los cuales no son como los ve el vulgo: relación con algo externo, consignas a seguir o proposiciones particulares impuestas por la sociedad. Al contrario, los deberes apelan a la naturaleza interna, a lo más íntimo del hombre ético, y se viven con gran intensidad.
La ética es lo general y quedará expresada en la vida del hombre ético. Impotente para producir desesperación, o bien otra cosa, la ética en su abstracción ordena, busca la continuidad, no la diversidad, y lo contingente e indiferente no le importan. El hombre ético toma como tarea el no desesperar, el resistir. Mantiene lo infinito que hay en él, además de no permitir el engaño: El que se elige a sí mismo éticamente se posee a sí mismo como tarea, no como posibilidad, no como juguete para su capricho.
Si el fin de la religión cristiana es dar a cada hombre la promesa de la eterna beatitud, observará Kierkegaard con gran hondura, tal promesa es de un interés infinito, y el único modo de acoger esta promesa es experimentar por ella una pasión infinita, sentir una apasionada e inquebrantable voluntad por alcanzar esta beatitud. Una respuesta a medias, una postura mediocre, sería desproporcionada para tal fin eterno, una actitud tibia, no sería un querer aquel fin infinito, ni sería en absoluto un querer, pues el auténtico querer es infinito.
Pero aunque el fin sea el mismo para muchos hombres, no hay una solución general para la salvación eterna como fin, justo al contrario, es algo que sólo incumbe a cada sujeto en particular y deberá ser resuelta un infinito número de veces por cada uno, en el transcurrir de la historia.
El conocimiento ético-religioso es el único real en cuanto se refiere directamente al sujeto cognoscente que existe, pues la verdad es idéntica a la existencia y la existencia idéntica a la verdad. Lo que hace que sea subjetiva, y, por tanto verdadera, la existencia ético-religioso, es su apropiación real por parte del individuo. Pero no será verdadera, por el hecho de que incremente y amplíe nuestros conocimientos de estos objetos y contenidos ético-religiosos. Si un teólogo habla o escribe cosas acerca de Dios, podrá desarrollar sus discursos de modo indefinido sin por ello acercarse a un conocimiento real de Dios. El conocimiento de Dios sólo surge en el momento en que la existencia del sujeto, entra en relación vivencial con Dios.
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